Durante la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial, un grupo de soldados británicos tras el intenso bombardeo mutuo están exhaustos:
'' Nosotros no queremos mataros, y vosotros no nos quereis matar, porque no lo habeis hecho. Entonces ¿por qué disparar?''
Usted y yo no deberíamos tirar de los extremos de la cuerda en que está hecho el nudo de la guerra, porque cuanto más tiremos los dos, más duro se hará el nudo. Y puede llegar el momento en que ese nudo esté tan fuerte que quien lo hizo ya no sea capaz de deshacerlo, y entonces habrá que cortarlo.
(Jruschev a Kennedy, 1962, evitándo uno de los conflictos entre Cuba y Estados Unidos.)
El dilema del prisionero:
Dos acusados de un crimen son encerrados en distintas celdas. A cada uno se le promete la libertad si es el primero en implicar a su compañero ( a quien después se le aplicará una dura sentencia), una sentencia suave si ninguno de los dos implica al otro y una moderada si los dos se implican mutuamente.
La única forma de ganar en el dilema del prisionero es cambiar las respuestas o poder abandonar el juego. Los jugadores habían reconocido que estaban ante un juego inútil y decidieron mutuamente abandonarlo.
Lo que es bueno para uno es malo para ambos, pero lo que es bueno para ambos es inalcanzable si ninguno puede estar seguro de que esa sea la opción del otro. Por ello, en cualquier nivel que fracasemos, siempre existe el proceso de distanciar y pasar a un nivel superior, escapando de los límites del miedo y la incertidumbre que se daban en el inferior.
Pinker S. (2003) Violencia. La Tabla Rasa.
jueves, enero 22
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

No hay comentarios:
Publicar un comentario